No fueron sus absurdas manías,
ni sus manos templadas,
ni que al final,
las noches fueran más vacías
que las mañanas.
No fue su mente plana,
ni que los sábados
se parecieran sospechosamente
a todos los lunes,
no fueron los besos rápidos,
ni las miradas simples,
ni que comiera viendo la tele.
No fue que no supiera bailarle a la luna,
y que no entendiera mi rápido ritmo,
que no fuera corriendo a la librería
cuando decía que me gustaba un libro.
No fueron los silencios prolongados,
ni que pagáramos a medias,
ni que no me diera la mano,
ni que no me hiciera ver las estrellas,
ni que no se le pusiera la piel de gallina
ni que no me abrazara con fuerza
ni que no entendiera que no me gustaba
que me llamara princesa.
No fue eso...
Es que no era poeta.

Ni creía que yo,
lo era.

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