El sábado, de copas, una amiga saca mi libro y alguien que casi no conocía empezó a leer en voz alta. Todo el mundo se quedó en silencio, escuchándola.
Me acordé de la vez que me caí en el baño de un bar y se abrió la puerta. Ahí estaba yo, con las bragas hasta los tobillos, las piernas en V y el culo en el suelo, intentando, en vano, volver a cerrar. No pude. Mucha gente vio cómo conseguí subirme los pantalones desde el suelo para después a cuatro patas llegar hasta la puerta.
En ese momento creí que no se podía sentir una más desnuda, más expuesta. Que era imposible sentir más vergüenza.
Me equivocaba.
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