Es cierto que la indiferencia es lo que más duele.
Más a un corazón enamorado. 
Lo que más me dolió no fue mi ceguera absoluta ante sus señales de desamor y que para mí, la ruptura fuese completamente inesperada. Tampoco fueron sus últimas palabras como pareja "es que ya no te deseo" (aunque he de confesar que eso me rompió un poco). Ni tener que reconstruir mi vida cargando con su ausencia. Ni poner cosas nuevas en los sitios que él antes había ocupado.
Lo peor fue que mientras yo lloraba a oscuras durante muchas lunas, mientras recomponía todo lo que me había roto, mientras intentaba encontrar la parte de mí que se había llevado... Él estaba bien. Bien de bien. De feliz. Que no se acordó ni un poquito de mí. Que no supo corresponder mi amor con todo el que yo le había dado. 
Ni mi dolor, tampoco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario